Escribí hace meses en este mismo rincón que uno de los pilares mayores de este deporte son las matemáticas. Después de cada jornada, de cada partido en realidad, las redes se inundan de mensajes plagados de estadísticas, récords y probabilidades. Los logros alcanzados por tal o cual jugador, las yardas superadas, los placajes, el número de pases seguidos sin intercepción… Cada aspecto del juego está compartimentado, medido y estudiado. Los marcadores finales, incluso, se revisan para comprobar si ya han tenido lugar con anterioridad. Que sea la primera vez que suceden tiene su propio nombre: scorigami.
Si Javier Marías se hubiera fijado en este tipo de fútbol habría llamado a la NFL la liga de lo que aún nunca ha sucedido. Para los jugadores, la aritmética interesa en factores económicos (emolumentos variables según se alcancen ciertos valores prefijados) y de fama. Esta última, voluble e inmensurable, es más interesante y mucho más compleja. Ser el primer jugador de la historia en alcanzar un hito cualesquiera supone en el football mucho más que en cualquier otro deporte. El dinero, en fin, se agota pero la fama es imperecedera.
Durante el seco desierto que va desde el final del Draft hasta el comienzo de la pretemporada, no es inhabitual leer inmerecidas loas a algún rookie de los que están intentando abrirse camino en la liga por vez primera.
Este receptor la está rompiendo, te dicen. La química con su Quarterback es especial. Dará mucho que hablar esta temporada. Y te enseñan dos vídeos de catorce segundos, mal grabados con un móvil, en los que un muchacho escuálido con un casco gigante corre una ruta en solitario y acaba cogiendo un pase sin oposición. Los aficionados de ese equipo en cuestión nos venimos arriba, claro. Esta narrativa también funciona con jugadores que salen de lesión.
La rodilla de este Linebaker luce como nueva, leemos. O con algunos que vienen de una temporada nefasta y se enfrentan a su penúltima oportunidad para triunfar. Estos mensajes, a mitad de camino entre la ficción y la fantasía, filtrados por los propios equipos, por insiders interesados, por «mánagers» ansiosos o por representantes ávidos, elevan la necesidad de que todo empiece de una vez como un dado de levadura envuelto en harina. Lo insólito es que haya quien los aproveche para darle palos a un jugador, sobre todo si se trata de un rookie. Con los novatos hay una especie de pacto de no agresión que suele durar hasta el otoño.

Travis Hunter es un tipo raro.
Tiene una boca gigante de labios gruesos que suelen aparecer abiertos en una sonrisa franca. Lleva gafas, tiene nariz de boxeador y lleva el pelo como una palmera mustia. Camina con las piernas arqueadas, casi zambas, como si llevara 6 horas rodando una del oeste con John Wayne y Lee Van Cleef. Si no fuera un atleta descomunal probablemente seguiría virgen a los 30 pero se acaba de casar a los 23 años. Pero es uno de los prospectos más complejos y esperanzadores de los últimos años. Quizá de siempre.
En la universidad de Colorado jugaba casi todos los snaps tanto en ataque como en defensa. Durante todo su última temporada en College nos cansamos de leer a casi todos los analistas opinando que esa manera de jugar es irreplicable en la NFL moderna. Sí hubo casos en los albores de la liga: era frecuente que los jugadores participaran en ambos lados del balón. Y se habla de Chuck Bednarik como el último jugador de 60 minutos. Se retiró en 1962. Desde entonces, los two way players son algo muy difícil de ver.
Unos cuantos pudieron asomar en el otro lado del campo después de triunfar en una posición. Deion Sanders, el coach de Hunter en Colorado, fue quizá el caso más sonado. Además de Cornerback fue Wide Receiver ocasional. Pero un tema es participar de vez en cuando en alguna jugada diseñada y otra muy diferente jugar ambas posiciones a tiempo completo. No podrá, es el balance que suele arrojar el análisis. Tendrá que decidirse por una posición. Durará sano 1 mes.

Cuando los Jaguars subieron al 2 a coger a Travis Hunter en el último Draft, estaban seleccionando un jugador ofensivo.
Así lo sostuvo Liam Coen, su coach, después de Green Bay. Pero no parecía que Travis fuera el mejor receptor de su clase. ¿Por qué subir tanto y dar ese capital por un receptor que no lo es del todo? ¿Sabían algo los Jaguars que los demás no? Él sigue erre que erre diciendo que va a jugar en ambos lados del balón. Y de pronto hemos leído en twitter, ese invento de satán, que sus entrenos ofensivos están siendo defectuosos, que no agarra un balón, que no corre bien las rutas.
No es normal que las tintas se carguen tanto contra un recién llegado. Su atleticismo, esa palabra intrincada, está fuera de toda duda pero todo son sombras alrededor de su relación con la pelota. ¿Se han dejado eclipsar en Jacksonville por un astro inexistente? ¿Se equivocan los «opinólogos» de todo a 100 palabras?
Creo, con el corazón en la mesa y su número 12 enfundado, que Travis Hunter aterroriza a la parte más conservadora de este negocio. En un deporte en el que la medida lo es todo ha surgido un muchacho que puede romper las reglas y hacer añicos las calculadoras. Les da miedo lo que tal vez pueda ser capaz de conseguir y ya están vertiendo mierda alrededor. Hasta que surgió Usain Bolt se decía que un ser humano no podía correr los 100 metros en menos de 9.60 segundos. Los récords de atletismo y natación no dejan de romperse antes o después. Unos duran más que otros pero terminan cayendo.
Opino que Travis Hunter ha llegado para hacer historia y que está preparado para ello. Estirará los límites de lo medible hasta fronteras antes no soñadas. O caerá intentándolo. Si la suerte, el entorno, su entrenador y la franquicia consiguen dotarle del ambiente propicio estamos ante un jugador generacional. Es el hombre ideal para la liga de lo que aún nunca ha sucedido. Y desde esta firma lo bancamos a morir.
Pablo López | @jucort365