El inexplicable caso Ross

El wide-receiver John Ross, flamante elección en la novena posición del draft por los Cincinnati Bengals, fue puesto en la lista de lesionados tras una decepcionante campaña como novato en la que apenas ha disputado un par de encuentros. Quien fuera la sensación del Combine por su récord en las 40 yardas, y por tanto un jugador que había levantado muchas expectativas en la competición, pone así punto final a una aciaga temporada plagada de lesiones y desavenencias con su head-coach”.

—Hmmm, no está mal, pero le falta “gancho” —comentó negando con la cabeza Dick Thador, director de la delegación de Spanish Bowl en Cincinnati—. Mi olfato me dice que tras esta noticia hay algo más. Dale una vuelta al artículo y me lo presentas mañana. 24 horas es tiempo más que de sobra. Para eso te pagamos, ¿no?

Lou Serr tuvo que morderse la lengua ante la referencia a su exiguo salario. Si cualquier empleado cobraba una miseria, los becarios como él ocupaban un escalafón todavía más bajo. En cualquier caso, no resultaba muy inteligente enfrentarse al todopoderoso director del medio en el que pretendía ejercer su carrera periodística. Recogió sus apuntes y salió cabizbajo del despacho, en dirección a la hemeroteca para completar su documentación.


John Ross, un “prospect” con meteórica proyección

De manera unánime, todos los expertos consideraban a Ross uno de los mejores wide-receivers de la promoción. Poseedor de una endiablada velocidad, era capaz de poner en jaque cualquier defensa que le enfrentara. Pero era más que eso. Su agilidad le permitía conseguir rápidamente separación de su marcador, tenía un instinto natural para correr rutas y unas manos extraordinarias. Con el balón en su poder era prácticamente inalcanzable, lo que le convertía muy peligroso también en pases cortos y retornos. Fue el alma de la ofensiva de Washington que llegó a disputar la Final Four universitaria.

Sin embargo, lo que le definitivamente le catapultó fue su asombrosa actuación en el Combine de Indianápolis. Corrió las 40 yardas en 4.22 segundos, batiendo por 2 centésimas la anterior marca, que pertenecía al RB Chris Johnson desde 2008. De estar proyectado a finales de primera ronda, pasó a ser considerado top10. Todo lo que Lou leía sobre él eran alabanzas, pero quería una opinión de alguien que hubiese asistido en vivo a aquella gesta. Recordó que su compañero de promoción Jack Ash estuvo cubriendo el evento y le telefoneó.

 

Un combine maravilloso

—¡Menudo revuelo causó tu chico! —exclamó Jack, acompañándolo con un silbido-. La verdad, yo no nunca he entendido por qué tanta expectación por una carrera de 40 yardas en línea recta sin obstáculos que jamás se va a dar en la realidad en la NFL, pero aquí todos se vuelven locos con esta prueba.

—Ya lo sé, pero me gustaría tu impresión personal. ¿Viste en él algún problema que justificase este primer año tan nefasto?

—Bueno… lo de las lesiones era una cosa conocida. En 2015 se torció el ligamento cruzado anterior de la pierna izquierda, y el año anterior se había operado del menisco de la otra rodilla. Aquí al Combine ya llegó tocado del hombro derecho y se sabía que tendría que pasar por quirófano. Incluso en la famosa carrera de las 40 yardas, sufrió un tirón muscular.

—Ya, todo esto está bien documentado pero, ¿pudo haber algo que se les pasase por alto?

—No sé qué decirte. También se comentó que quizá era un poco pequeño. En college podría valer, pero en la NFL le costaría enfrentarse a cornerbacks físicos, y difícilmente ganaría balones disputados. Algunos consideraban que su posición no podría ser la de receptor exterior sino de slot. Además, muchas luces no parecía tener. Si antes de venir ya hacía marcas de 4.25 en las 40, ¿cómo se le ocurre firmar un contrato con Nike? No sé cuánta pasta le darían, pero de haber corrido con Adidas, ¡le hubieran premiado con una isla valorada en un millón de dólares! ¿Te das cuenta? ¡Una isla para ti solo! Bueno, a ver cuándo nos vemos y tomamos unas cervezas. Todavía recuerdo cuando te emborrachaste en aquel bar donde te caíste al váter y te llenaste de…

—Tengo que dejarte Jack, gracias.

 

Una pretemporada complicada

A Lou le dejó pensativo una frase de Jack: “Muchas luces no parecía tener”. Decidió que necesitaba testimonios de primera mano. Se dirigió a las instalaciones del club. Era bien conocido entre los colegas de profesión que Edgar Dener, jardinero del Paul Brown Stadium, podría decirte todo lo que quisieras sobre los Bengals a cambio de unos pocos pavos.

—¡Ah sí, Ross! Un joven muy veloz, y mira que llevo toda la vida viendo chico rápidos —recordó Edgar Dener, un afroamericano calvo y encorvado que parecía tener más de 70 años, y quien pese a su frágil cuerpo, manejaba con tal soltura el rastrillo como si hubiera nacido para la jardinería.

—¿Cómo era Ross cuando llegó? Su carácter, me refiero —preguntó Lou mientras deslizaba un billete de 5 dólares en el bolsillo superior del desgastado mono de trabajo del señor Dener-.

El anciano se le quedó mirando fijamente en silencio con ojos codiciosos. Lou sacó otro billete. Adiós a la cena, se dijo.

—El récord del Combine se le había subido a la cabeza, ¿sabes? Lo he visto otras veces. Estos chicos se creen por encima de todo, ¡que me lo digan a mí, que conocí a Ochocinco! Lewis no pudo controlar a Chad, así que no quería que la historia se volviese a repetir. Por eso se mostraba tan estricto con los jóvenes, relegándoles al banquillo para que aprendiesen humildad. No les perdonaba el más mínimo error. En su universidad, Ross estaba acostumbrado a ser el receptor principal. Aquí ese papel es para Green, así que tuvo que aprender otras posiciones, rutas y jugadas. Lo cierto es que le costó adaptarse y memorizarlas.

Dener volvió a callarse. Lou se encogió de hombros, dándole a entender que no tenía más dinero. El jardinero suspiró y prosiguió.

 

Amargado por la maldición de las lesiones

—Se incorporó tarde al training-camp mientras se mejoraba del hombro. Tantas ganas le echó, que en un partido de pretemporada se lesionó la rodilla operada. No volvió a jugar hasta la segunda jornada de temporada regular, una noche para olvidar. En la única jugada en que participó, sufrió un fumble y además, volvió a lastimarse la rodilla operada. Estuvo apartado de los entrenamientos otro mes más. Lewis le recriminó que dijese que ya estaba recuperado sin estarlo.

—¿No era cierto?

—Llevo muchos años viendo entrenar, y sé de football más que todos estos juntos —afirmó señalando con el brazo a los entrenadores que dirigían el entrenamiento—. Ese chico no estaba bien. No corría fluido, aún debía sentir dolores. Cuando finalmente le volvieron a convocar para jugar en Tennessee, llegó tarde a un balón profundo que le lanzó Dalton. Lewis le criticó duramente ante la prensa. Eso estuvo muy mal, no fue justo con el muchacho.

—¿Qué pasó después?

—Lewis le castigó dejándole inactivo los siguientes partidos. Ross seguía trabajando duro en los entrenamientos, incluso esforzándose en los bloqueos, pese a su liviana constitución. En algún momento debió fastidiarse el otro hombro, pero ya se cuidó muy mucho de decírselo a Lewis, no fuese que ni siquiera le dejase entrenar. Al final no tuvo más remedio que confesarlo. “Recompensando” su sinceridad, le incluyeron en la lista de lesionados, poniendo fin a la temporada. Como te decía, estos entrenadores no tienen ni idea. Si me dejasen a mí, con el talento que tiene esta plantilla, sería una “masacre”.

Dándole vueltas al tema de las lesiones, Lou reconoció que necesitaba una fuente más fiable que el viejo jardinero. Sacó el móvil del bolsillo y efectuó una llamada a un número que se había jurado no volver a marcar.

 

En busca de nuevas fuentes

—¿Qué quieres ahora, Lou? —preguntó irritada una voz femenina—. Ya te dije que no insistieses, no pienso volver contigo. Eres un perdedor.

—No llamaba por eso Katy. ¿No tenías una amiga que trabajaba en el hospital que atiende a los jugadores de los Bengals? Necesito una información para el trabajo.

—¿Samantha? Está bien, le diré que quieres verla. Pero te lo advierto: es una de mis mejores amigas, y además tiene novio, un cirujano del hospital. Bueno, aún no son novios, pero lo serán. Así que no se te ocurra ningún numerito, que te conozco.

 

Operarse, una decisión difícil, pero acertada

Tras más de cuarenta minutos de plantón sobre la hora acordada, Samantha apareció por la sala de espera del hospital. Recogida en una cola su melena rubia, humeante café de máquina en una mano, y una bata un par de tallas más pequeña para remarcar aposta sus vertiginosas curvas, su irrupción no pasó desapercibida para los pacientes masculinos.

—A ver, ¿qué quieres? Tengo prisa —preguntó con desdén sin siquiera disculparse por su retraso.

—Tengo entendido que aquí, hace poco, se operó el hombro John Ross, el receptor de Bengals. ¿Realmente estaba tan mal como para necesitar cirugía? Dicen que ocultaba la lesión.

—No me extraña, estos idiotas sienten un desprecio absoluto por su salud. Creen que van a ser jóvenes toda la vida, y siguen dándose golpes pese a estar destrozados por dentro. Si yo te contara cada caso que tenemos de jugadores retirados… Pero si quieres mi opinión, y si no la quieres me da igual porque te la pienso dar de todas formas, hizo bien en operarse. El daño en el cartílago hubiera ido a peor y habría necesitado cirugía mayor más adelante. Esto supondría más tiempo de rehabilitación, y poner en riesgo también la próxima temporada.

—Muchas gracias. ¿Podrías darme tu teléfono por si necesitara más información?

—Eso es lo que tú quisieras, pervertido. Katy ya me advirtió sobre ti.

 

Una revelación inesperada

De vuelta a la redacción, Lou se encontró con un enorme revuelo. El rapero Snoop Dogg daba un concierto en la ciudad y había ido a conceder una entrevista. Lou recordó haber leído en la biografía de Ross que con 9 años había jugado en una liga juvenil patrocinada por el cantante. No lo dudó y le abordó ahí mismo.

—¡John “pee-wee” Ross, claro que me acuerdo de él! —confirmó la estrella del rap—. Era una bala. Corría más que otros niños mayores, aunque como era tan flacucho, nadie le daba ninguna oportunidad de jugar al football. Pero yo sí vi su enorme potencial. Aún somos grandes amigos.

—Estoy haciendo un artículo sobre él, y me encantaría conocer la versión de alguien que le conozca de verdad.

—Está bien, pero no aquí —le cortó Dogg mirando con suspicacia a su alrededor—. Lo que sé es confidencial y no quiero quedar como un cotilla. ¿Por qué pones esa cara? Aunque no te lo creas los raperos también tenemos una reputación que mantener. ¿Por qué no vienes a verme después de la actuación?

 

La fiesta no acabó como se esperaba

—No te preocupes, mi abogado nos sacará —le tranquilizó Dogg—. La droga que estaba en el camerino no era mía. Saldremos de comisaría enseguida. Además, ¿no querías documentarte sobre los Bengals, qué mejor sitio que aquí? —soltó el cantante con una risotada.

A Lou no le preocupaba haber pasado toda la noche en el calabozo, ni los antecedentes penales que para siempre permanecerían su historial. Tampoco las aviesas miradas de los convictos a quienes no les hizo ninguna gracia el comentario del rapero. Temía más no poder redactar a tiempo el artículo sobre Ross y perder el único trabajo que había podido conseguir en los últimos meses.

 

La realidad del caso Ross supera la ficción

—¿Cuál sería tu conclusión para justificar la temporada perdida de Ross, según lo que has averiguado hasta ahora? —preguntó el cantante.

—En mi opinión, un cúmulo de factores. Las lesiones de pretemporada que le impidieron coger ritmo, un carácter engreído que le dificultó aprender el playbook, la adaptación a la NFL en un equipo que discrimina a los novatos, un mal entendido sentido del coraje que le llevó a ocultar que no estaba completamente sano…

—Olvida todo eso. Ross es una víctima. Su pecado fue caer en medio de una lucha de poder entre propietario y entrenador. El viejo Mike Brown es un fanático del juego vertical, y por eso promocionó a Zampese como coordinador ofensivo. Draftearon a Ross para darle profundidad al juego; pero Lewis, consciente de las limitaciones de Dalton, no estaba de acuerdo. Como éste iba a ser el último año de Lewis al mando del equipo, obviaron sus advertencias. Al poco, se demostró que efectivamente, las ideas de Zampese eran inaplicables a los Bengals, y le despidieron.

El rapero se detuvo un segundo para coger aire.

—Ross se quedó solo, sin nadie que le defendiera. Nunca fue el preferido de Lewis, y se lo hacía pagar con continuos desplantes, ante el equipo y la prensa. Primero, relegarle al banquillo simplemente por un fumble. Después, crucificarle en público por un error en una ruta. Cuando se lesionaron casi todos los cornerbacks, no se le ocurrió mayor tontería que decirle que cambiase de posición. ¿Te imaginas? ¡El receptor más veloz de la NFL jugando en defensa! Aquello fue demasiado para Ross y confesó sus molestias en el hombro. La reacción de Lewis sabes cuál fue: criticarle en los medios por esconder la lesión y ponerle en injury reserve. ¡Menudo capullo, ojalá sea de verdad ésta su última temporada en los Bengals!


De vuelta en la redacción

—Teorías conspiratorias, luchas de poder en el club, mobbing, lesiones inexplicables, mentiras entre jugadores y entrenadores… ¡Esto es un disparate sin pies ni cabeza!

El director Dick Thador hizo una bola con el artículo de Lou y lo arrojó furioso a la papelera.

—Pensaba que habrías aprendido algo aquí, pero ya veo que no —continuó Thador reprendiendo al becario—. Vete a la oficina de Personal y recoge tu finiquito. ¡Estás despedido! No vales más que para encargado de reciclaje de residuos urbanos o como responsable de distribución de productos de hostelería. Es decir, barrendero o camarero. ¡Fuera de mi vista!

Lou Serr, sin dormir ni probar bocado y todavía apestando al hedor de la celda, abandonó el despacho del director lamentando su nueva desgracia. Apenas salió, el director recogió rápidamente el artículo de la papelera, lo extendió sobre su mesa y cogió el teléfono.

—¡Parad ahora mismo la edición! —gritó a su subordinado—. Tengo un artículo fantástico que debe salir inmediatamente en portada. Tiene de todo: teorías conspiratorias, luchas de poder en el club, mobbing, lesiones inexplicables, mentiras entre jugadores y entrenadores… ¡Me van a dar el Pulitzer por esto!

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