El anacrónico bigotillo de Robbie Ouzts me recuerda un poco al verbo intrincado, como a trompicones, de César Vallejo. Ouzts, un armario empotrado y pálido, rizoso y cobrizo, como un granjero enorme de Wichita, nos impresionó en la Combine por sus repeticiones y por su rostro afable y enrojecido por el esfuerzo. Lógico, pensamos luego, que los ojeadores le vean más como un Fullback que como un Tight End al uso. Si uno se empeña en lucir un mostacho de otra época lo normal es que te encasillen en una posición que ya no se estila, que apenas se usa.Sus números como receptor en la Universidad de Alabama tampoco han sido nada de otro mundo. Es en el bloqueo donde Robbie alcanza su pleno significado. Así que le alinean, como tabique infranqueable de poderosas manos, en jugadas de carrera y en equipos especiales. No es que sea malo, es que no le pasan mucho. 8 balones atrapados para 108 yardas y 2 anotaciones. La media, 13.5 yardas por pase este año, es más que buena.
Es tan grande que la gente se olvida de que lo tiene delante, como un horizonte de sucesos o como el muro de Invernalia. El hombre que parecía no estar allí. Y es en esos momentos cuando sus tenazas con dedos se activan y lo mismo te bajan una lavadora que una Xata de los Valles. Además, Robbie se ha visto perjudicado este año por el comité posicional que Kelen DeBoer ha querido implantar en Alabama contra sus propias creencias y a pesar de sus verdaderas necesidades.

La segunda pata de esta comitiva es CJ Dippre.
Otro mostrenco de casi dos metros más inclinado a la perilla que al bigote. Como Ouzts, también se ha dejado ver por la Combine. También ha destacado en asuntos repetitivos. Pero con Dippre existe el problema de que, si bien parece mejor que Ouzts a la hora de correr rutas y atrapar sandías, asoma vagamente en el top 10 de la posición de cara a este Draft. Los equipos no le tienen en gran consideración en un año de por sí algo escaso en alas cerradas.
Es el típico jugador que te cumple en múltiples tareas pero que no destaca mucho en ninguna. En High School jugó también como Quarterback y como Defensive End, además de lanzar disco, levantar peso y freír huevos fritos con puntilla. Se esperaba mucho de él tras pasar por Maryland y recalar en Alabama pero no ha dado el salto como receptor. Su elegibilidad es una incógnita. Terminó la temporada 24/25 con 21 balones atrapados para 256 yardas. Veremos en qué estima le tienen los equipos y si alguien se anima por él el tercer día o termina como Undrafted.
Cuando Kelen DeBoer cambió Washington por Tuscaloosa se llevó una bolsa con tres mudas, un paquete de chicles de menta y a Josh Cuevas, la tercera pata del politburó posicional. La tarea de Kelen (sustituir a Nick Saban) era imposible. Los mitos ni perecen ni se olvidan. Nunca debió ni intentarlo siquiera. El 9-4 final significó la primera temporada en 17 años en la que Alabama no alcanzaba al menos las 10 victorias.
DeBoer venía de un año casi perfecto con los Huskies.
Se encontró con un Qb –Jalen Milroe– con un potencial descomunal y un brazo de oro pero que corría mejor que pasaba. Un receptor freshman –Ryan Williams– que apunta a generacional pero que pasaba inadvertido muchos partidos. Una defensa –Malachi Moore, Deontae Lawson, Jihaad Campbell– con grandes nombres y que en los momentos importantes no eran capaces de forzar ese turnover clave. Y un grupo de Tight Ends, a lo que vamos, laborioso y compacto al que no supo sacarle todo el jugo.
Cuevas, sin duda el mejor de los tres, venía de hacer un temporadón en Cal Poly (la Universidad Politécnica Estatal de California). Con los Mustangs perdió todos los partidos menos dos en 2022 pero haciendo unos números fantásticos: 58 recepciones, 678 yardas y 6 anotaciones. Como curiosidad, una de esas derrotas fue a manos de Sacramento State donde un tal Cam Skattebo firmó 84 yardas terrestres y 2 touchdowns. La gran temporada de Cuevas llamó la atención del equipo de trabajo de DeBoer y el joven TE recaló en la capital del reino para el curso 23/24.
En solo 4 partidos dio la razón a los que habían apostado por él.
Cogió 4 balones, uno por partido, corrió 164 yardas (41 de media, nada menos) y anotó una vez. Destacó por su velocidad y su potencia en las yardas after catch. Gustaba la sintonía que parecía tener con Michael Penix y cómo podía significar un enorme desahogo para el QB hoy en Falcons. La lesión truncó todo eso y, al firmar, DeBoer se lo llevó a Alabama. Sabor agridulce el de este 2024 para Cuevas, como para todos en Tuscaloosa. En lo personal lució con 16 balones atrapados para 218 yardas y una anotación.
Pero el triunvirato y el esquema pesaban y no pudo dar todo lo que tenía dentro. Ahora se abre un nuevo horizonte para él. La llegada de Ryan Grubb como coordinador ofensivo, después de su corto periplo en Seattle, y la salida de sus dos compañeros vía draft le despejan el camino al bueno de Cuevas. En su mente, repetir las actuaciones que le hicieron destacar en la ya lejana California. Para sobresalir del todo necesita, además, que DeBoer termine por quitarse de encima el fantasma de Saban que le lastra (hasta el césped se llama como él) y enseñar las capacidades que mostró en Washington y que le hicieron merecedor del puesto: imponer su propia cultura, no adaptar su versión de la que ya existía.

Para ello puede contar con su hombre de confianza, Josh Cuevas, el mejor amigo que un QB podría desear. Quizá no tenga un bigote granjero, o una perilla ochentera, y sus movimientos no nos recuerden a la poesía peruana en el exilio, pero sabe qué hacer con el balón en las manos y le ha llegado la hora de demostrarlo. Con Ryan Williams estirando el campo y acaparando miradas, marcajes y dobles coberturas, creedme, Josh Cuevas es vuestro hombre.
Pablo López | @jucort365
No te pierdas otro artículo de Pablo sobre Shaun Dolac.