Cementerio de inmortales

Su rostro me acompañó durante años siendo protagonista de la mayoría de mis pesadillas y alucinaciones. Macilento, apenas huesos y piel, con su cabello ralo, blanco, disperso en mechones discontinuos pegados a la cabeza por culpa del agua y el sudor, extendiendo las manos hacia la inevitable Carol Anne. Era un fantasma, un espíritu, uno de los muchos que asolaron a la familia Freeling a lo largo de las sucesivas entregas de Poltergeist. Gracias a ellos aprendimos que viene siendo una pésima idea construir una casa (o su equivalente) encima de un cementerio indio porque a los espíritus les puede dar por perseguirte y maldecirte para los restos si se te ocurre perturbar así su eterno descanso. La NFL ha tenido su propia ración de maldiciones, las últimas sin ir más lejos este mismo fin de semana. Cementerio Cementerio Cementerio 

 

La sacerdotisa

De entre todos los lugares místicos del mundo mundial,  parece ser que el Superdome de New Orleans se construyó encima de otro cementerio (pensad que hay muchos, la gente tiene la estúpida manía de morirse). Aquello no pareció importarles demasiado a principios de los 70 pero, según fueron acumulando quinquenios sin ganar un partido de playoff, empezaron a pensar que podía haber gato enterrado. Antes de la Wild Card del año 2000, contra los St Louis Rams, decidieron coger a la cabra por los cuernos, contrataron a una sacerdotisa Vudú, una tal Ava Kay Jones, la cual ataviada con una boa, sujetando una muñeca y una botella de ginebra y acompañada por una recua de bailarines y tamborileros, llevó a cabo un efectista y efectivo  ritual de baile y desenfreno sobre el verde césped acabando así con 33 años de sequía en postemporada. No muchos años después, ignoramos si a lomos todavía de aquella espiritual ceremonia, los Saints llegaron incluso a llevarse el Lombardi en la Super Bowl XLIV.  Cementerio Cementerio Cementerio Cementerio Cementerio Cementerio Cementerio 

 

La maldición continúa… / athlonsports.com

 

Rocky

Las maldiciones son lugar común en la historia del arte y si algo hemos aprendido es que solo hay una cosa peor que cabrear a los muertos: buscar un atajo para intentar saltarte a la torera los perniciosos efectos de su condena. Los espíritus, en fin, no son idiotas (que se lo pregunten a Laertes o a Rigoletto) pero esto justo es lo que deben pensar los rivales de los Eagles cuando, en la previa de un partido importante contra ellos, se dedican a vestir la estatua de Rocky Balboa con sus ropajes, sus bufandas y sus banderas. Profanar los sagrados lugares de los Eagles suele conllevar un profundo e inequívoco castigo en forma de derrota. Es la maldición del boxeador más famoso de la historia del cine. Los aficionados de los Commanders pensaron que eso no iba con ellos, que eran más fuertes que las invisibles fuerzas protectoras y en el resultado llevan su penitencia. Célebre es la frase de Travis Kelce cuando, a las puertas de la Super Bowl LVII pidió a sus aficionados que, por favor, no tocaran la dichosa estatua (Kelce no usó la palabra dichosa) y mucho menos la vistieran con una camiseta suya. Quién sabe si apenas este gesto valió para que los Chiefs salieran campeones en aquella ocasión. 

 

Josh Allen en su abrigo… / as.com

 

The infamous blue raincoat

Y, hablando de Kansas, capítulo aparte tienen los Buffalo Bills en esta trama. El llamado equipo maldito de la liga. Cuatro veces seguidas, cuatro, llegaron a la final a principios de los 90 y todas ellas se fueron a casa sin trofeo. Derrotas de todo tipo y calado, incluida una con Field Goal fallado a 8 segundos del final. Desde 1994 hasta 2017 avanzaron a postemporada en un puñado de ocasiones, cuatro también, todas ellas vía wild card y en todas perdieron a la primera. Ya con Josh Allen a los mandos del ataque llevan 6 años seguidos clasificándose a playoff y en 4 de esas veces les han hecho las maletas los Chiefs de Mahomes. Cuando tu maldición es el mejor jugador de la historia (o lo es ya o lo será pronto, la resistencia es fútil) no hay mucho más que hacer: tienes un equipazo, juegas muy bien, mereces tu sitio en lo más alto pero, sistemáticamente, lo único que queda de ti año tras año es el abrigo azul de Josh Allen al viento, su gorro mal calado, la cabeza baja, el rictus atribulado y la horrible sensación de que los espíritus son y serán siempre ingobernables. 

 

@jucort365