Cuenta todos tus dedos, Merlin Olsen

Es tan poco probable que el español medio de la década de los setenta hubiera visto alguna vez un partido de fútbol americano por televisión como que ese mismo hipotético ciudadano ignorase lo que era La Casa de la Pradera. Mi abuela la vio y lo más seguro es que la tuya también lo hiciera alguna vez porque, no nos pongamos estupendos, en aquella España monocanal no había mucho más donde elegir. Si la vieron y todavía siguen por aquí, sería factible que, aunque no pudieran enumerar ni una sola franquicia de las que compiten en la NFL, tal vez llegaran a recordar a Jonathan: el pionero grandullón que se mudaba al poblado de Walnut Grove, Minnesota, para empezar a trabajar en el molino.

Y, aunque no lo creáis, es justo ahí donde puede fijarse el primer enlace entre la mesa camilla con brasero de la casa de tus abuelos y el sofá que reservas para ver deporte americano los fines de semana de otoño. Cómo. Pues porque aquel barbudo de Minnesota que en la serie se hacía íntimo amigo de los Ingall estaba interpretado por Merlin Olsen, un actor mormón que, además de comentarista de la NBC, había sido defensive tackle en la línea de los Rams durante quince temporadas. Pero esta historia no va sobre él. O al menos, lo justo sería decir que no va toda sobre él. 


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Para seguir el cuento que aquí se va a narrar, el lector debería desplazarse desde esa salita de estar donde una familia ibérica ve cualquier cosa que echen por La Primera hasta la quinta ronda del draft de 1972, aquella en la que los Sant Louis Cardinals escogieron a Conrad Dobler, inexperto guard de la Universidad de Wyoming. Y por una vez en este artículo el uso del adjetivo no será ningún abuso del autor sobre los hechos. Si existieran varias escalas para medir la inexperiencia de un rookie, Dobler estaría según sus compañeros en el peor escalón de cualquiera de ellas. O al menos así lo pensó Dan Dierdof, el hall of famer y miembro del 1970’s All-Decade team, al que le tocó compartir con Dobler la línea ofensiva de los Cardinals y que nunca había visto a un novato que cometiera tantos errores en sus primeros entrenamientos.

Dobler saltaba antes de tiempo en cada ejercicio, fallaba los bloqueos más fáciles y cometía penalizaciones absurdas snap tras snap. Quizá por eso, como recordó años más tarde, Dierdof aseguró haber brindado con cerveza la noche de pretemporada en la que se anunció que la gerencia había cortado al chico nuevo. Pero hagamos un alto: Este artículo tampoco pretende ser otra clásica historia de uno de esos centenares de sueños rotos que la factoría de la NFL produce por centenas año tras año. Sencillamente, la de Dobler es una de esas vidas que para poder arrancar del todo necesitan empezar por un final.

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Y no se puede negar que el final estaba bastante cerca cuando los Cardinals invitaron al jugador a dedicarse a cualquier cosa que pueda uno dedicarse en el estado de Wyoming. Ese día, Dobler cuenta que se fue a casa cabizbajo, se echó una siesta y empezó a darle vueltas a su futuro. Sabía que no podía contar con nadie. Había sido profesional pocas semanas pero era tiempo suficiente para comprobar que a ninguno de sus compañeros le importaba demasiado si conseguía o no establecerse en aquella liga.

Dobler se prometió entonces que si volvía a tener una oportunidad haría todo lo posible por sobrevivir en el equipo. Y es que, aunque la posibilidad parecía remota, el staff de los Cardinals le había dejado caer que, en caso de que alguno de los jugadores de la línea ofensiva se hiciera daño, volverían a llamarlo. Dobler se aferró a esa rendija: “Pensé que tenía que estar listo para luchar”, confesó años más tarde al narrar aquel día a un periodista de ESPN. Para cuando dos semanas después llegó la lesión de un compañero, Dobler ya había tomado la determinación: si uno no puede ser el mejor, quizá lo mejor sea tratar de ser el peor. 

 

Conrad Dobler (USA Today)
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Cuando sus compañeros lo vieron llegar de nuevo a Kansas todavía no tenían ni idea del concepto de literalidad que Dobler iba a aplicar cuando le pidieron que luchara por el puesto. A partir de entonces, cada vez que lo sacaban al campo, el guard desplegaba un temido repertorio de violencia callejera: patada-látigo, puñetazos al pecho, golpes después del silbato, pisotones a rivales que estaban vencidos en el suelo, bofetadas furtivas y, el plato especial de la casa, sus famosos mordiscos. “Yo no sé si rompí o no las reglas, lo que sí sé es que fui un maestro aprovechando la zonas grises de cada norma”, dijo de su peculiar estilo de juego.

Según Dierdof, el cambio que experimentó el novato fue abismal en unos cuantos partidos y, aunque todavía fallaba bloqueos fáciles, después de fallar corría como un poseso para zurrarse con quien fuera en tal de que nadie tocase a su quarterback: “Una vez jugamos contra los Cowboys en Dallas, Lee Roy Jordan metió su mano dentro del casco de Conrad, ahora no sé si quería acariciar su bigote o sacarlo de sus casillas, lo que sí sé es que cuando Conrad levantó la cara, los meñiques de Jordan hicieron una pequeña parada en boxes dentro de su boca y Jordan empezó a gritar como si no hubiera un mañana”. 

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De Dobler se dice que una vez se atrevió a golpear en la tripa al mismísimo Joe Greene, que lesionó a propósito a Bill Bergey –linebacker de los Eagles- o que mordió a Doug Southerland, de los Vikings, jugador que aseguró haber empezado a usar espinilleras de fútbol sólo para protegerse en los encuentros en los que el calendario le cruzaba con Dobler. Tal era la magnitud de su juego sucio que Tom Banks, otro de sus compañeros en la temida línea ofensiva que crearon los Cardinals, recuerda que la única que vez que vio llorar a alguien en el campo fue cuando Conrad tumbó a un tackle defensivo con un par de puñetazos en el plexo solar.

Mi filosofía era dedícate a sacar al rival del juego porque entonces eres su dueño, cuanto más se preocupen por mí menos se concentrarán en el tipo con el balón y, mientras hagan eso, ni siquiera los tendré que bloquear”, explicaba a NFL Network. En resumen: que ni Dobler era un hippie ni, por más verde que fuera el campo, el futbol de los setenta era la casa de la pradera. 

  

Conrad Dobler (portada de Sports Illustrated)
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Y es que es aquí donde nuestro viaje regresa a su lugar inicial, a aquel barbudo al que nuestras abuelas veían curtirse el lomo en un molino de cartón piedra. Porque esta historia en realidad no va de uno ni del otro, sino de una línea de scrimmage convertida en un callejón de western y de dos estilos opuestos para asaltarla. De un lado, el mostacho violento de Dobler, al que una vez Sport Illustrated dedicó una portada para bautizarlo como “el jugador más sucio”.

Del otro, Merlin Olsen, un mormón con nombre de mago conocido en la liga como “el gigante amable”. Quizá valga de apunte para entenderlos rápido que, cuando ambos se retiraron, Olsen se convirtió en la cara visible de una cadena de venta de flores a domicilio y a Dobler lo contrató una empresa de cerveza para que hiciera anuncios bajo el rótulo de “Conrad Dobler, Famous Troublemaker”. Años después, Olsen resumió así a su contendiente: “seré honesto sobre Conrad, él tenía su propio estilo, probadamente sucio, pero ésa era su forma de compensar la falta de técnicas básicas. Hacía que la gente olvidara que estaba sobre un terreno de juego y que pasaran a pensar que estaban en la calle peleando. Ahí él tenía ventaja porque era mejor luchador callejero que jugador de fútbol”. 

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Y si años después Olsen seguía hablando de Conrad es porque su legendaria lucha fue casi un combate de Street Fighter analógico: Player 1, el florista bonachón. Player 2, el borracho de la barra. Round tras round, el de los Cardinals aplicó a conciencia con el de los Rams todos sus combos de tortura: golpes a destiempo, trash talking, puntapiés y cualquier cosa que hiciera falta para desquiciarlo durante dos partidos por temporada.

El vaso acabó por colmarse en uno de ellos y Olsen, al que Paul Zimmerman consideró alguna vez uno de los defensive tackles más limpios de la historia, picó el anzuelo e hizo la única cosa de la que se arrepintió en todos los años en los que se mantuvo en activo: tratar de darle una lección a un rival. Y no a un rival cualquiera, una lección para Conrad Dobler, casi nada. “Odio admitirlo, pero Dobler me molestó muchísimo”, se justificaba Olsen cuando explicaba cómo haba ideado la treta con la que pensaba vengarse de su némesis.

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Me siento avergonzado todavía pero preparé aquello con Jack Youngblood –su compañero en la línea de los Rams-. El plan era que yo pararía a Dobler y él correría para lanzarse directo a sus costillas para derrumbarlo desde su lado ciego”. Jugada maestra, salvo que ninguno de los jugadores de Los Ángeles había tenido en cuenta que uno no puede convertirse en un matón por arte de magia: “No éramos muy buenos en eso. Dobler se lo olió y lo vio venir. En el último segundo se giró y Jack terminó golpeándome a mí en vez de a él. Dobler se levantó y se puso a reírse de nosotros”. El resto ya es un mito. Porque hay varias versiones de cómo se produjo la jugada pero en todas lo único cierto es que ese día el juego sucio ganó al limpio: “Merlin perdió su aplomo, hermano, y eso fue lo que pasó. Cuando llegó el último cuarto él se borró del partido y yo todavía estaba allí jugando, no creo que nunca me envíe flores”.

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Y lo cierto es que no lo hará porque Olsen murió hace diez años y Dobler ya es incapaz de recordar el nombre de sus nietos debido a una prematura enfermedad degenerativa que puede que tenga su origen en las múltiples contusiones cerebrales que sufrió mientras protegía su línea. Sin embargo, aquella jugada entre ambos todavía sigue viva en la memoria de muchos aficionados y nunca ha dejado de generar debate.

Por su parte, Olsen, que fue probowler tantas veces como lo ha sido Tom Brady, siguió su carrera como comentarista y actor en Father Murphy, su propia serie del oeste en la que interpretaba a un cura y que es una pena que no emitieran en España porque nuestras abuelas podrían haber visto aquel capítulo en el que Olsen pasea por el pueblo y en una tumba del cementerio podía leerse “aquí yace Conrad Dobler”. Dobler, en cambio, todavía aguantó unos años más en la liga jugando para los Cardinals, los Saints y los Bills. Sin embargo, para entonces los árbitros ya lo conocían y se habían decidido a achicar la zona gris en la que tanto le gustaba moverse.

Con la limitación de su violencia, las carencias afloraron y su carrera terminó. Tras su jubilación, Dobler se convirtió en un activista que luchaba para que la NFL tratara mejor a sus jugadores retirados. Fue precisamente en uno de sus últimos partidos en Buffalo, ya en la década de los ochenta, donde los viejos contrincantes se reencontraron: Yo sabía que estaría él y tenía ganas de hacer aquel partido para la NBC, dijo Merlin Olsen.

Los padres de Dobler, que habían ido al campo a ver jugar a su retoño, también sabían quién era el comentarista y les preocupaba que las viejas peleas pudieran afectarle en sus opiniones. El padre se acercó a Olsen y le dijo: “sé que no te gusta mi hijo”. Olsen trató de tranquilizarlo y le explicó que todas aquellas batallas eran cosa del pasado y que hacía un rato, durante el calentamiento, Conrad y él se habían visto y se habían chocado las manos. Fue entonces cuando el padre lo miró preocupado y le dijo “¿te has chocado las manos con mi hijo?”. Olsen asintió. “Pues cuenta todos tus dedos”

 

 

Por: Carlos Torres @carlosaspe

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